lunes, 31 de agosto de 2015

Panorama de la vejez en el Uruguay (II)

Vejez y familia: transiciones y transformaciones 

Más adelante el mismo informe señala algunas consideraciones vinculadas a los vínculos familiares de los adultos mayores

En los adultos mayores se  deben considerar dos fenómenos claves: la emancipación de los hijos —con el consiguiente “vaciamiento” del hogar— y la viudez.
Estos dos procesos marcan los hitos principales de las transiciones que tienen lugar en el ámbito familiar mientras se transita hacia y por la vejez, y condicionan fuertemente la singularidad de las estrategias familiares que adoptan los adultos mayores.

No hay que olvidar que en Uruguay estas transiciones ocurren en un contexto social y demográfico caracterizado por profundas transformaciones en los modelos familiares, que se reflejan, entre otras cosas, en la mayor presencia de hogares monoparentales, y en el aumento de la divorcialidad y de la inestabilidad de los vínculos de pareja (Filgueira, 1996; Cabella, 2007).

¿En qué familias viven los adultos mayores?
De acuerdo a datos de la encuesta continua de hogares del 2008, cerca de un tercio de los hogares del país (33,2%) incluyen adultos mayores.
De este tercio, un 33% de los hogares con adultos mayores está integrado por hogares unipersonales, esto es, un adulto mayor que vive solo.
Otro 20% son hogares bipersonales con dos adultos mayores.
Casi un 18% son hogares bipersonales multigeneracionales (en los que el adulto mayor vive con un integrante de otra generación).
Un 17,2% son hogares multipersonales de adultos mayores con mayores menores de 65 años y finalmente un 11,3% son hogares multipersonales integrados por adultos mayores, otros mayores y niños.

Cuando analizamos las necesidades de los adultos mayores debemos tener en cuenta esta información.
Un elemento que puede hacer más complejo el análisis, pero que a mi juicio es necesario tenerlo en cuenta,  es considerar por separado las realidades de los adultos mayores de la 3ª y 4ª edad, porque indiscutiblemente sus necesidades serán diferentes. 

Vejez, familia y estrategias de supervivencia
Las configuraciones familiares parecen tener dinámicas distintas en función de los estratos socio-económicos.

A medida que avanza la edad de los adultos mayores se registra un aumento en la proporción de personas que viven con sus hijos, una tendencia notoriamente más frecuente entre las mujeres que entre los hombres. En ambos casos, la convivencia con los hijos está asociada a los ingresos: a medida que aumentan la convivencia con los hijos disminuye

Entre los adultos mayores del 20% más pobre de la población la convivencia con otros familiares alcanza a casi un tercio.

En el otro extremo, es decir, el 20% más rico, esta condición es menor al 10%.
De esta forma, los hogares extendidos se constituyen quizás como una estrategia de supervivencia familiar que aloja a los adultos mayores más pobres y, en particular a las mujeres solas.

Entre las adultas mayores de sectores de menores ingresos la proporción de quienes viven con otros familiares —que no son sus hijos o su pareja exclusivamente— pasa de aproximadamente el 35% en el tramo de 65 a 69 años a casi el 60% entre quienes tienen 80 años o más.

En contrapartida, la construcción de hogares unipersonales entre los adultos mayores no solo es mucho más marcada en los sectores de mayores ingresos, sino que es realmente en esos sectores en los que las diferencias entre hombres y mujeres se hacen más notorias.

Cada vez más, los adultos mayores viven solos o con sus parejas.

Este fenómeno distorsiona, sin duda, los patrones de cuidado y reciprocidad intergeneracional que caracterizaban al modelo tradicional de familia en el Uruguay hasta hace no tanto tiempo.

De hecho, posiciona a los adultos mayores de hoy como una generación clave en este cambio, en tanto son ellos quienes comienzan a apartarse del modelo anteriormente predominante de co-residencia con generaciones más jóvenes, en el que tenía lugar el cuidado recíproco en el hogar (Berriel, Paredes y Pérez, 2006).

lunes, 24 de agosto de 2015

Panorama de la vejez en el Uruguay (I)


Un informe de la UCUDAL, cuyos autores fueron Federico Rodríguez y Cecilia Rossel, señala que, como plantea Kaztman (2008), surgen al menos tres preguntas centrales en la consideración de la vulnerabilidad en los adultos mayores: cuáles son sus necesidades específicas, qué activos pueden movilizar para satisfacerlas y cuáles son las estructuras de oportunidades que les permiten (o no) hacerlo.

Por lo general, los adultos mayores necesitan acceso a buenas prestaciones de salud, vínculos sociales que les permitan mantenerse integrados y activos, capacidad de disfrutar del tiempo libre, autonomía de ingresos y recursos para mantener su nivel de vida (Kaztman, 2008).

Mientras que en la infancia la vinculación con las esferas de protección y riesgo está fuertemente recostada en la familia, en etapas posteriores el vínculo directo con el mercado, el Estado y la comunidad adquiere mayor relevancia (Kaztman y Filgueira, 2001).
En la vejez se diluye la vinculación directa de las personas con el mercado laboral y se debilitan consecuentemente las rutinas y las redes asociadas al trabajo remunerado.
A su vez, procesos como la emancipación de los hijos, la llegada de los nietos o la muerte de alguno de los cónyuges suelen producir transformaciones importantes en los patrones de convivencia y las fuentes de apoyo familiares.

La noción de ciclo de vida permite pensar las historias personales y familiares como una sucesión más o menos ordenada de etapas típicas que, esquemáticamente, van desde la infancia a la vejez y reconocen diversas transiciones intermedias como el ingreso a la adolescencia, la juventud o la vida adulta.

De acuerdo a los datos censales, en los últimos treinta y cinco años los mayores de 65 años pasaron de representar el 8,9% de la población total al 13% (unas 432.981 personas). Las proyecciones disponibles indican que el envejecimiento continuará profundizándose en las próximas décadas (Calvo, 2008).

El otro elemento que han planteado los especialistas y que se torna fundamental para el análisis de las trayectorias y el acceso al bienestar de los adultos mayores es la forma que el envejecimiento asume para hombres y mujeres. Las diferencias por sexo en la esperanza de vida suponen una marcada y progresiva feminización en todos los tramos etáreos que van desde los 65 años en adelante (Pérez Díaz, 2000; Del Poppolo, 2001: 38; UN-DESA, 2007).
Esta dinámica demográfica genera desafíos y oportunidades diferentes.

Las necesidades y urgencias que orientaban el destino del gasto público social de  sociedades con fuerte presencia de niños y jóvenes están mutando a las de sociedades con una estructura generacional mucho más equilibrada, con fuertes incrementos en la cantidad de hombres y especialmente de mujeres de más de 65 años, en contextos de bajo crecimiento.

Nunca antes en la historia habían coexistido tantas generaciones: esta nueva realidad demográfica requiere de acuerdos de solidaridad intergeneracional en el reparto de los recursos públicos y en el acceso a las oportunidades.

El país deberá adaptarse para brindar a sus adultos mayores (quienes vivirán más años que sus predecesores) las condiciones para vivir en plenitud su vida, especialmente cuando se retiran del mercado de trabajo.

Los sistemas nacionales de salud, por templo, enfrentarán demandas que necesariamente los reorientarán hacia paradigmas basados en la prevención.

Esta realidad genera desafíos que deben ser enfrentados por quienes nos representan, asumiendo con seriedad esta problemática, sin optar por propuestas proselitistas que nada tienen que ver con la verdadera solución de los problemas.



sábado, 22 de agosto de 2015

La Tercera y la Cuarta edad

Cuando nos referimos a la Tercera edad como un grupo etáreo de nuestra sociedad, es bueno precisar el alcance del término.

Como base para el análisis podemos utilizar la definición que aporta Wikipedia https://es.wikipedia.org/wiki/Tercera_edad

Tercera edad es un término antropo-social que hace referencia a la población de personas mayores o ancianas. En esta etapa el cuerpo se va deteriorando y, por consiguiente, es sinónimo de vejez, senectud y de ancianidad. Se trata de un grupo de la población que tiene 65 años de edad o más.

Hoy en día, el término va dejando de utilizarse por los profesionales y es más utilizado el término personas mayores (en España y Argentina) y adulto mayor (en América Latina).

Por otra parte, en algunas sociedades, la esperanza de vida está en aumento continuo. Por ello en estos casos el porcentaje de personas mayores de 80 años es cada vez mayor. Surge entonces la expresión cuarta edad que hace referencia a la última fase de la vida de las personas que alcanzan una vejez avanzada.

Habitualmente se considera su comienzo a partir de los 80 años de edad que, según la geriatra Pilar Mesa Lampre, representan «el umbral del cambio».

En las sociedades que logran una expectativa de vida mayor, la cuarta edad constituye la última etapa de la vida, aconteciendo después la muerte.

Para quienes ya ingresamos en la tercera edad, la existencia de una cuarta etapa,  nos hace sentir algo más alejados del final.

En los hechos, quizás deberíamos bregar para que a los de la tercera edad nos llamaran “adultos mayores” y dejáramos el término de “ancianos” para los que tienen más de 80 años.

Quizás sea simplemente un tema de coquetería.