lunes, 24 de agosto de 2015

Panorama de la vejez en el Uruguay (I)


Un informe de la UCUDAL, cuyos autores fueron Federico Rodríguez y Cecilia Rossel, señala que, como plantea Kaztman (2008), surgen al menos tres preguntas centrales en la consideración de la vulnerabilidad en los adultos mayores: cuáles son sus necesidades específicas, qué activos pueden movilizar para satisfacerlas y cuáles son las estructuras de oportunidades que les permiten (o no) hacerlo.

Por lo general, los adultos mayores necesitan acceso a buenas prestaciones de salud, vínculos sociales que les permitan mantenerse integrados y activos, capacidad de disfrutar del tiempo libre, autonomía de ingresos y recursos para mantener su nivel de vida (Kaztman, 2008).

Mientras que en la infancia la vinculación con las esferas de protección y riesgo está fuertemente recostada en la familia, en etapas posteriores el vínculo directo con el mercado, el Estado y la comunidad adquiere mayor relevancia (Kaztman y Filgueira, 2001).
En la vejez se diluye la vinculación directa de las personas con el mercado laboral y se debilitan consecuentemente las rutinas y las redes asociadas al trabajo remunerado.
A su vez, procesos como la emancipación de los hijos, la llegada de los nietos o la muerte de alguno de los cónyuges suelen producir transformaciones importantes en los patrones de convivencia y las fuentes de apoyo familiares.

La noción de ciclo de vida permite pensar las historias personales y familiares como una sucesión más o menos ordenada de etapas típicas que, esquemáticamente, van desde la infancia a la vejez y reconocen diversas transiciones intermedias como el ingreso a la adolescencia, la juventud o la vida adulta.

De acuerdo a los datos censales, en los últimos treinta y cinco años los mayores de 65 años pasaron de representar el 8,9% de la población total al 13% (unas 432.981 personas). Las proyecciones disponibles indican que el envejecimiento continuará profundizándose en las próximas décadas (Calvo, 2008).

El otro elemento que han planteado los especialistas y que se torna fundamental para el análisis de las trayectorias y el acceso al bienestar de los adultos mayores es la forma que el envejecimiento asume para hombres y mujeres. Las diferencias por sexo en la esperanza de vida suponen una marcada y progresiva feminización en todos los tramos etáreos que van desde los 65 años en adelante (Pérez Díaz, 2000; Del Poppolo, 2001: 38; UN-DESA, 2007).
Esta dinámica demográfica genera desafíos y oportunidades diferentes.

Las necesidades y urgencias que orientaban el destino del gasto público social de  sociedades con fuerte presencia de niños y jóvenes están mutando a las de sociedades con una estructura generacional mucho más equilibrada, con fuertes incrementos en la cantidad de hombres y especialmente de mujeres de más de 65 años, en contextos de bajo crecimiento.

Nunca antes en la historia habían coexistido tantas generaciones: esta nueva realidad demográfica requiere de acuerdos de solidaridad intergeneracional en el reparto de los recursos públicos y en el acceso a las oportunidades.

El país deberá adaptarse para brindar a sus adultos mayores (quienes vivirán más años que sus predecesores) las condiciones para vivir en plenitud su vida, especialmente cuando se retiran del mercado de trabajo.

Los sistemas nacionales de salud, por templo, enfrentarán demandas que necesariamente los reorientarán hacia paradigmas basados en la prevención.

Esta realidad genera desafíos que deben ser enfrentados por quienes nos representan, asumiendo con seriedad esta problemática, sin optar por propuestas proselitistas que nada tienen que ver con la verdadera solución de los problemas.



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