Un informe de la UCUDAL, cuyos
autores fueron Federico Rodríguez y Cecilia Rossel, señala que, como plantea
Kaztman (2008), surgen al menos tres preguntas centrales en la consideración de
la vulnerabilidad en los adultos mayores: cuáles son sus necesidades
específicas, qué activos pueden movilizar para satisfacerlas y cuáles son las
estructuras de oportunidades que les permiten (o no) hacerlo.
Por lo general, los adultos
mayores necesitan acceso a buenas prestaciones de salud, vínculos sociales que
les permitan mantenerse integrados y activos, capacidad de disfrutar del tiempo
libre, autonomía de ingresos y recursos para mantener su nivel de vida
(Kaztman, 2008).
Mientras que en la infancia la
vinculación con las esferas de protección y riesgo está fuertemente recostada
en la familia, en etapas posteriores el vínculo directo con el mercado, el
Estado y la comunidad adquiere mayor relevancia (Kaztman y Filgueira, 2001).
En la vejez se diluye la
vinculación directa de las personas con el mercado laboral y se debilitan
consecuentemente las rutinas y las redes asociadas al trabajo remunerado.
A su vez, procesos como la
emancipación de los hijos, la llegada de los nietos o la muerte de alguno de
los cónyuges suelen producir transformaciones importantes en los patrones de
convivencia y las fuentes de apoyo familiares.
La noción de ciclo de vida
permite pensar las historias personales y familiares como una sucesión más o
menos ordenada de etapas típicas que, esquemáticamente, van desde la infancia a
la vejez y reconocen diversas transiciones intermedias como el ingreso a la
adolescencia, la juventud o la vida adulta.
De acuerdo a los datos censales,
en los últimos treinta y cinco años los mayores de 65 años pasaron de
representar el 8,9% de la población total al 13% (unas 432.981 personas). Las
proyecciones disponibles indican que el envejecimiento continuará
profundizándose en las próximas décadas (Calvo, 2008).
El otro elemento que han
planteado los especialistas y que se torna fundamental para el análisis de las
trayectorias y el acceso al bienestar de los adultos mayores es la forma que el
envejecimiento asume para hombres y mujeres. Las diferencias por sexo en la
esperanza de vida suponen una marcada y progresiva feminización en todos los
tramos etáreos que van desde los 65 años en adelante (Pérez Díaz, 2000; Del
Poppolo, 2001: 38; UN-DESA, 2007).
Esta dinámica demográfica genera
desafíos y oportunidades diferentes.
Las necesidades y urgencias que
orientaban el destino del gasto público social de sociedades con fuerte presencia de niños y
jóvenes están mutando a las de sociedades con una estructura generacional mucho
más equilibrada, con fuertes incrementos en la cantidad de hombres y
especialmente de mujeres de más de 65 años, en contextos de bajo crecimiento.
Nunca antes en la historia habían
coexistido tantas generaciones: esta nueva realidad demográfica requiere de acuerdos
de solidaridad intergeneracional en el reparto de los recursos públicos y en el
acceso a las oportunidades.
El país deberá adaptarse para brindar
a sus adultos mayores (quienes vivirán más años que sus predecesores) las
condiciones para vivir en plenitud su vida, especialmente cuando se retiran del
mercado de trabajo.
Los sistemas nacionales de salud,
por templo, enfrentarán demandas que necesariamente los reorientarán hacia
paradigmas basados en la prevención.
Esta realidad genera desafíos que deben ser enfrentados por quienes nos representan, asumiendo con seriedad esta problemática, sin optar por propuestas proselitistas que nada tienen que ver con la verdadera solución de los problemas.
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