sábado, 17 de octubre de 2015

Necesidades de vivienda en la 3ª y 4ª edad.

En entregas anteriores me ocupé del tema de la sexualidad en la 3ª edad.

En esta oportunidad y a punto de partida de la crónica policial salteña, relacionada con las condiciones en las que debió vivir y morir una persona alojada en una “residencia” de esa ciudad, he resuelto encarar el tema de las opciones residenciales que existen acá y en otras partes del mundo para satisfacer esa necesidad de quienes integramos este grupo etario.

Parece claro que el tema es muy vasto por la multiplicidad de situaciones que pueden presentarse.

Creo que la primera gran diferenciación es entre la 3ª y la 4ª edad. Las condiciones físicas y sobre todo mentales pueden ser muy distintas y con ello la vulnerabilidad se va incrementando a medida que se avanza con la edad.

Otra variable que tiene gran incidencia en las necesidades y sus respectivas soluciones, es la situación económica y el nivel de ingresos que se tenga.

Tampoco se deben olvidar los aspectos culturales y sobre todo familiares, que frecuentemente cobran gran relevancia.

Para aquellas personas pobres o indigentes, que no cuenten con una familia que los contenga, la solución pasa por asilos u hogares de ancianos (como se les llama habitualmente en el interior y que muchas veces ocupan plantas físicas que fueron de la Comisión Honoraria para la Lucha Antituberculosa) que  deberían, a mi juicio, ser controlados y supervisados adecuadamente para que se respeten los derechos de sus usuarios a ser bien atendidos y cuidados. Para ello se debe dotar, a las instituciones responsables del contralor, de los RRHH necesarios para que puedan cumplir adecuadamente con la función.

Las instituciones rectoras, a su vez, deberían definir con claridad los estándares de calidad en materia de atención de la salud, higiene, alimentación, calefacción y refrigeración, etc. para que las reglas sean bien claras y los usuarios y sus familiares sepan qué pueden exigir y lo exijan.

Estos servicios ¿deben ser públicos o privados o deben ser gestionados por ONGs? Confieso que tengo grandes dudas al respecto.
Por lo pronto descarto los servicios públicos controlados por otros organismos también estatales. 
Sería bueno definir un sistema que ofrezca garantías de que el usuario de esos servicios está bien protegido y respaldado en sus derechos.

Quizás habría que pensar en soluciones departamentales con contralor nacional.

O como me aporta un querido colega y amigo: “es posible unir esfuerzos. Por ejemplo, infraestructura y gestión, en el marco de una regulación y fiscalización adecuadas”. Mi amigo continua diciendo: “Como médico he tenido que asistir pacientes en muchos de estos servicios, algunos buenos, pero la mayoría con carencias importantes. Carencias de las que no están libres algunos servicios estatales. Quisiera dejar constancia que en los que las personas estaban en buenas o muy buenas condiciones, era en los Hogares dirigidos por comunidades religiosas o sociales, donde ni el lucro ni la burocracia eran lo importante. Si lo eran el bienestar de los internos. En general se “respiraba” cariño y respeto por las personas”.

De todas formas, lo importante es que quienes ejerzan el contralor tenga una actitud responsable y comprometida con la defensa de los usuarios, similar a los inspectores de la DGI, asumiendo que quienes no actúen correctamente están defraudando al país y a sus pobladores y merecen severos castigos. 
Para ello se deben definir criterios de reclutamiento y selección adecuados, formas de contratación que impliquen la pérdida del trabajo si no se cumple adecuadamente con la función y programas de capacitación y evaluación que garanticen que las personas contratadas para esa función la cumplan con la calidad requerida.  

Con referencia a estos servicios asilares deberíamos preguntarnos si los disponibles son suficientes, si se debería construir nuevos asilos u hogares, para ampliar la capacidad de cobertura y atención para tantas personas que hoy viven en situación de calle, o deberíamos pensar en complementar la oferta existente con servicios residenciales que incluyan los actualmente servicios clandestinos, regulando, controlando y complementando su financiación con aportes estatales vinculados a la seguridad social.

Con todo respeto por quienes han trabajado y aportado para el Sistema Nacional de Cuidados, atender este grupo tan especial y vulnerable de la ancianidad, debería ser prioritario. 

Por último, quiero cerrar esta entrega con otro aporte de mi amigo Joaquín:  
“Debemos, como sociedad, luchar para cambiar este estado de cosas. No es posible hacerlo todo de un día para el otro, por los costos económicos y sociales que significa. Pero fijemos objetivos alcanzables en plazos razonables.
Creación de centros diurnos, con el consiguiente alivio para las familias así como la contención del anciano, su recreación y posiblemente el rescate de sus experiencias residuales”.

En una próxima entrega abordaré el tema de las Residenciales.

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